viernes, 8 de noviembre de 2019

Más perdida que nunca

Recuerdo que hace algún tiempo pensaba, que conforme pasara el tiempo, los años, los ayeres, los ahora, iría entendiendo cada vez un poco más la vida y mi existencia.
Lo lamentable es que en realidad sólo identifico mi existencia, me hago consciente de mí, de mi cuerpo, de mis cambios pero aún así siento que no me termino de conocer, que no termino de volver a ser yo, o que simplemente no termino de ser.
La soledad es una compañera amarga a la que he aprendido a aceptar, ya que de alguna u otra manera las personas no permanecen cerca, la ausencia es inevitable, y las que están, los que están, no terminan de aceptar o tomar un papel en mi vida, o a veces simplemente soy yo la que no sabe qué papel darles.
Es extraño que la compañía te haga sentir sola. A veces me gustaría sentir que pertenezco a algo, a mí misma, a algún sueño, una pasión, a un grupo, a un amor, pero las cosas no dejan de sentirse tan efímeras. De nuevo, nada permanece. 
Me siento eternamente agobiada y siento que corro, corro y sigo corriendo y la realidad es que no tengo la más mínima idea de hacia a dónde estoy corriendo. 
Es como vivir siendo un comodín, la amiga que te escucha, la persona que te cuida, quien atiende, quien enseña, sin embargo no me siento necesaria. El comodín de la persona que siempre estará pero no siempre es necesario y puede sustituirse con otra carta.
Es extraño sonreír, las risas espontaneas, los momentos agradables, todo eso se esfuma.
Río sin cauce, desbordado y sin destino. 
Más perdida que nunca...